Dicen que la primera novela de un autor es aquella en la que mejor se refleja una parte de éste. En la que más sentimientos personales se vuelcan y también la que más apego a la realidad presenta. Acostumbrada desde sus inicios a la dirección de películas, Cristina Campos decidió dirigir su ojo crítico a la literatura para ofrecer como opera prima un libro que destila cercanía por todos sus poros.
"Pan de limón con semillas de amapola" cuenta la historia de dos hermanas, Anna y Marina de Villalonga, cuyo vínculo afectivo se diluyó por distintas circunstancias personales. Ahora, años después, sus destinos vuelven a confluir. María Dolores Molí, una misteriosa mujer a la que no conocen, les ha dejado en herencia una panadería y un molino…
Una premisa a priori tan sencilla lleva aparejado un estilo igualmente sencillo. La narración no se detiene a poner ribetes ni juega con las palabras. Sin embargo, a pesar de la ausencia de figuras literarias salvo en puntos muy concretos, la autora logra que el lector se sienta transportado. Las frases cortas y las palabras sobrias pero adecuadas fomentan una lectura rápida y sin vacilación que nos permite evadirnos de la forma para centrar nuestra atención en el contenido.
Esta aparente sencillez no significa que Campos haya descuidado los aspectos narrativos, sino todo lo contrario. "Pan de limón con semillas de amapola" es un libro pulido y perfeccionado al máximo, con una documentación externa que no deja cabida alguna al error. Sus páginas dan cuenta de amplios conocimientos en ginecología, el funcionamiento interno de las oenegés o incluso cuestiones legales sobre la venta y especulación inmobiliarias.
El argumento se relata a través de una dualidad constante representada en cada una de las dos hermanas. Marina, indómita, altruista e independiente; Anna, discreta, egoísta y supeditada por voluntad propia a las elecciones de su marido. La obra insiste en la necesidad de fijar unos horizontes claros y visibles a la hora de afrontar la vida. De otra manera, estaremos obligados a seguir aspiraciones ajenas, a quedar encerrados en una realidad que no nos satisface, pero en la que preferimos permanecer por conveniencia y por temor al fracaso.
La autora también alude con asiduidad a la existencia de almas complementarias. El único modo de aprender a ser mejores reside en encontrar un ser radicalmente distinto a nosotros. Pararse a escuchar sus inquietudes, prestar especial interés a sus pasiones y dejar que su peculiar percepción del mundo nos invada, hacerla nuestra, convertirla en parte de nuestro motor vital e incitar al otro individuo a que haga lo mismo, a que se contagie con nuestra personalidad. Y entonces, ambos estarán preparados para cambiar. Para renovarse.
La novela es, ante todo, una oda a la nostalgia y a su milagrosa capacidad de sanar cualquier herida. La añoranza, simbolizada en el pan y en las recetas que sirven de apertura de cada uno de los capítulos, es descrita como el antídoto infalible para la distancia. El pasado común, las carcajadas de la infancia y las emociones de antaño terminan pesando siempre más que el rencor.
"Pan de limón con semillas de amapola" es una lectura rápida y ligera, de esas que se pueden realizar sin devanarse los sesos. Merece la pena por sus entrañables moralejas y sus generosas dosis de emotividad que arrancarán una sonrisa melancólica a más de un lector. Hay lazos que nunca nadie podrá romper.