Cinco son los habitantes del pabellón nº 6. En un ambiente insalubre, alimentados a base de comida pestilente y sufriendo maltratos físicos constantes, malviven los cinco locos atrapados entre las paredes de lo que se asemeja más a una prisión que a un hospital. Uno de ellos, el que padece manía persecutoria, es un hombre que conserva su inteligencia intacta, al que los sufrimientos y el temor acabaron por derrotar. Este hombre se llama Iván Dmítrich.
La plaza de doctor en el Hospital queda vacante y es ocupada por Andrei Efímych, un hombre que "sentía un amor profundo por la inteligencia y la honradez, pero le faltaba el carácter suficiente y el convencimiento de estar en su derecho para rodearse de esta vida inteligente y honrada". El nuevo doctor no se preocupa demasiado de mejorar el estado espantoso en que se encuentra la institución, presa de su carácter conformista. Su estoica forma de ser le ha llevado al convencimiento profundo de que "no hay nada que hacer" y de que, en el fondo, todo da igual. Para este hombre, "en este mundo todo es insignificante y falto de interés salvo la suprema expresión espiritual de la inteligencia humana".
Movido por este pensamiento, Andrei Efímych entabla una estimulante relación con Iván Dmítrich, del que aprecia sobre todo su "pensamiento libre y profundo, que aspira a comprender la vida, y el total desprecio a la absurda vanidad del mundo". El doctor sabe que se trata de un hombre enfermo, pero también es cierto que "decenas, centenares de locos pasean en libertad" porque la ignorancia de la gente es "incapaz de distinguirlos de los sanos". Al fin y al cabo este es un hecho arbitrario, "la moral y la lógica no tienen nada que ver en esto. Todo depende de las circunstancias".
La extraña amistad entre un loco y su médico alertó a los conocidos del doctor, que pronto vieron en él señales para acusarlo de demente y, alegando querer ayudarle, acabaron por internarlo en el pabellón nº 6, pasando a formar parte de este micromundo claustrofóbico y letal para el espíritu humano.
Andrei Efímych no está loco. "Mi enfermedad consiste sólo en que en veinte años, en toda la ciudad sólo he encontrado a una persona inteligente y resulta que además es un loco" -asegura. Su error fue que, sin pretenderlo, llamó la atención de los demás y, debido a ello, "ha caído en un círculo vicioso del cual ya no saldrá".
Sin embargo, el doctor sí padece un mal que no se suele diagnosticar, ya que es compartido por el resto de la sociedad: la pereza. Su filosofía cómoda, basada en que "no hay nada que hacer", conserva su conciencia limpia y le exime de esforzarse para mejorar las cosas. Su forma de ser, honrada aunque impasible y temerosa, le impiden trabajar por el bien común. Su desprecio por la banalidad y su aprecio por la inteligencia son cualidades de gran potencial, que nunca fueron puestas en valor a causa de la debilidad de espíritu que le dominaba.
Los que conocieron bien a Antón Chéjov decían que su enemigo era la vulgaridad y que tenía un don fantástico para despojar de recubrimientos superfluos a cada persona y dejar su sencillez al descubierto. Esta facultad aplicada a la literatura le convertía en un autor de visión lúcida, con una gran capacidad para dejar sutilmente en evidencia a la sociedad rusa del momento, destapando sus faltas; el relato corto titulado "El pabellón nº 6" es un perfecto ejemplo de ello.
Curiosidades: - Según cuenta Edmund Wilson en su obra titulada "Hacia la estación de Finlandia", la lectura de "El pabellón nº 6" produjo tal desazón a Lenin cuando era joven que le fue imposible seguir en ese momento dentro de su habitación.