A sus ventiseis años el poeta Lord Chandos renuncia totalmente a la actividad literaria, circunstancia que pone en conocimiento del filósofo inglés Francis Bacon a través de una carta en la cual le explica las razones que le han llevado a dejar de escribir. En esta famosa misiva el Lord reconoce que "ha perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa". De repente, los conceptos y las palabras abstractas se van "herrumbrando" hasta corroerse, dejando de significar y sumiendo al joven poeta en un estado de confusión y tribulación en el que todo se le aparece como falso, indemostrable o inconsistente.
Tras una serie de experiencias cercanas a la mística, Lord Chandos percibe la "gran unidad" entre el mundo espiritual y el mundo físico, y la imposibilidad de abarcar la realidad con palabras. Descubre que todo a su alrededor puede transformarse en una revelación, en una "epifanía no lingüística" y que para expresarla "todas las palabras le parecen demasiado pobres". Constata que las esencias son mudas y que lo infinito se puede sentir pero no decir, que hay una forma de pensar no verbal que utiliza "un material más directo, líquido y ardiente que las palabras" y que se puede establecer entre nosotros y la realidad que nos envuelve una corriente de mutua transferencia y de "enorme simpatía". Ante esto decide pues callar, anticipándose con ello al mandato establecido por Wittgenstein en el punto 7 de su "Tractatus", en el que se afirma que "de lo que no se puede hablar hay que callar".
Todo sistema de signos es insuficiente. Frente la metamorfosis constante de la realidad, la búsqueda sin descanso de la forma última es una batalla perdida. Poetas, músicos y matemáticos se afanan en sacar de su mudez a lo real, penetrándolo, neutralizándolo y formalizándolo. Pero el signo, como dice Beccaria, es autónomo y su relación con el significado convencional.
Ante lo inefable se impone el silencio, el arte de callar, que implica no interrumpir el flujo constante e indivisible de la vida con acotaciones verbales tendentes a representar de forma definida lo real. Uno calla para disolverse en "la vitalidad explosiva de lo múltiple", pero al hacerlo su identidad, su yo, construidos también con palabras, pierden pie resbalando peligrosamente hacia el vacío o hacia lo indistinto. Si es imposible decir, tampoco puede uno decirse. Por lo tanto callar es desaparecer.