La cabaña del tío Tom

De igual modo que “Mujercitas” de Louise May Alcott fue una lectura casi generalizada para las que fuimos niñas en los años sesenta, como lo fueeron “Corazón” de Edmundo d’Amicis, los libros de Salgari sobre piratas o los de Enid Blyton, “La cabaña del Tío Tom” era un clásico yo diría que juvenil sobre el que el tiempo, y una segunda lectura cuarenta años después, arroja un balance peculiar. 

La esclavitud en el país todavía hoy más rico y poderoso de la tierra fue una lacra y una gran vergüenza. Bien es cierto que no era patrimonio de los EE.UU. desgraciadamente. Aunque el tema de la guerra civil americana fue más complicado, no hay duda de que algo tuvo que ver en ella. 

Esta novela fue escrita de un modo entre encantador y torpe a veces para los cánones modernos, o quizás para el gusto de quien esto firma. 

Muestra una cara de la esclavitud a través de una historia, la del Tío Tom, que es vendido porque su amo, el señor Shelby, aunque es “buena persona” y le trata fenomenalmente, tiene muchas deudas y no ve otra salida, antes de perder todas sus propiedades -es decir, a todos sus esclavos, no solo a su hacienda-, que venderle a él y a un niño de una esclava que tiene. La esclava se escapa, pero el Tío Tom no, y pasa por dos manos diferentes, unas de una familia también “muy buena”, con una niña que es un ángel pero que se muere, y otras las de un bruto horrible llamado Legree. El Tío Tom sufre todo cristianamente, con paciencia y la confianza puesta en Dios. Su mujer, Chloe, que sigue siendo propiedad de los Shelby, trabajará como cocinera ahorrando para rescatarle. Jorge, el hijo de los Shelby, lo intentará también. En fin, pasan muchas cosas, te metes en el relato completamente.

La novela termina mal y hay mucho sufrimiento, pero se demuestra que la esclavitud, incluso aunque los amos sean “buenos”, no es algo "bueno", sino contrario a la humanidad, a Dios, y que hay que acabar con ella. Harriet Beecher Stowe era una convencida abolicionista, hija de predicador y mujer de predicador luego. La religión tuvo un papel vital en el abolicionismo. 

De esta novela, concebida como un folletín por entregas, se ha dicho que fue clave para la guerra, la novela de una "pequeña mujer" (la autora medía 1.50), como dijo Lincoln al conocerla, que hizo desencadenar -evidentemente junto a otras circunstancias- la contienda civil. 

Lo cierto es que la historia es buena y puede enganchar al lector como enganchó a los de su época. Pero también a veces te deja sorprendida por el modo en que se cuenta, tanto en técnica (especialmente en el uso del tiempo), como por los comentarios del narrador que, quizás a nuestros ojos contemporáneos, no dejan de tener un tono paternalista y levemente racista pese al evidente aliento de denuncia con que fue escrita. 

Para leer pues esta novela hay que colocarse con los lentes de la época, diferentes a los nuestros, si se quiere disfrutar del texto en su valor, valor en todos los sentidos de la palabra. La cabaña del Tío Tom es un buen relato, de lectura por supuesto muy recomendable, pero no es tanto, a mi parecer, una buena novela por la que el tiempo haya pasado haciéndola un clásico en el sentido de buena escritura. Es un excelente relato más por el significado que tuvo, por su trascendencia, que por su calidad literaria. Aunque, insisto, lo que cuenta puede atrapar de una manera melodramática, con ingenuidad a manos llenas. Una ingenuidad que hace quizás mucho más duro lo que narra que si lo hiciera descarnadamente.