En 1866 un fenómeno inexplicable tenía en vilo a toda la población y preocupaba en especial a la gente de mar. La llegada a puerto de varios barcos que presentan señales de ataque en sus cascos, sumada a la desaparición de otros tantos en extrañas condiciones, hicieron saltar todas las alarmas. Los orificios que presentaban las naves dañadas, alguno de ellos de dos metros de ancho, hacían pensar en la existencia de un ser insólito creado por la naturaleza capaz de destrozar un barco de una embestida. Todos los indicios, así como los testimonios de los testigos, señalaban que debía tratarse de un objeto enorme, largo y fusiforme, a veces fosforescente, infinitamente más grande y más rápido que una ballena; un monstruo marino de grandes dimensiones y potencia descomunal que estaba amenazando al comercio por mar y con el que, a toda costa, había que terminar.
Hasta el momento Pierre Aronnax, profesor del Museo de París, se había mantenido al margen de este insólito suceso, pero la petición del New York Herald para que formulara una opinión le catapultó hacia los medios y, en poco tiempo, el que fuera autor de "Los misterios de los grandes fondos submarinos" que a su vez era uno de los mayores entendidos en biología marina se convirtió en el experto de referencia más consultado en torno al caso. En su opinión, el misterio se resolvía considerando la existencia de un cetáceo gigantesco, perteneciente a una especie desconocida hasta el momento que debía ser similar a un narval gigante o unicornio de mar, provisto de un cuerno que, unido a su gran fuerza, podría haber causado los graves accidentes en las naves siniestradas.
El peligro debía eliminarse y, con este objetivo, se organizó una expedición para dar caza al monstruo. Del puerto de Brooklyn partió la fragata Abraham Lincoln a cargo del comandante Farragut, que contaba con una tripulación valerosa y muy motivada en la que destacaba el experto arponero canadiense Ned Land. A bordo también se encontraba Pierre Aronnax en calidad de científico y biólogo, así como su fiel compañero Conseil. Ambos habían accedido a involucrarse en esta "expedición extraordinaria, sobrenatural e inverosímil", siendo conscientes de que quizás se encontraran ante "uno de los viajes de los que no siempre se vuelve".
Los días se sucedían sin noticias del animal, pero justo en el momento en que los ánimos de la tripulación comenzaban a flaquear, Ned Land lo avistó y el barco inició la persecución para darle caza. Tras realizar un enorme esfuerzo tanto por parte del barco como de su personal, se produjo un gran choque de la nave que les arrojó al mar. El profesor Arronax, su acompañante Conseil y el rey de los arponeros Ned Land lograron llegar a lo que ellos creían un lugar seguro y que en realidad era un magnífico artefacto de ingeniería que podía navegar bajo el agua. Se trataba del Nautilus, un submarino capaz de navegar sumergido a gran profundidad. En su interior residía una tripulación organizada de un modo muy especial, una sociedad independiente que se regía por sus normas particulares y se comunicaba en un idioma propio. El artífice de todo ello no es otro que el Capitán Nemo, un hombre sabio, desgraciado, impetuoso y amargo, de personalidad brillante, compleja y oscura creado por la pluma de Julio Verne, uno de los personajes más extraordinarios e inolvidables de la literatura.
Curiosidades: - La estupenda edición de Nórdica presenta una nueva traducción de esta obra clásica de Julio Verne, acompañada por más de cincuenta ilustraciones de Agustín Comotto que le llevaron más de dos años de trabajo.