La artista y la investigadora del mar

María Angélica Muñoz Jiménez
Sentada sobre una muralla de piedra frente al mar, en Dún Chaoín, Irlanda, mirando cara a cara An Blasccaod Mór y otras varias islas pequeñas que la acompañan, revivo los momentos del día y me quedo con Carol Cronin y sus bellas pinturas del mar.
Emocionada y cautivada, me quedé absorta en ese mar pintado. Como de la nada, de un manantial interno, mis lágrimas se liberaron. Quizás solo aparecieron para darle más realce a ese momento mágico, íntimo encuentro entre esa agua de mar salada y yo. Poderosa agua de mar valiente y translúcida, de cuerpo bondadoso y abierto a los rayos luminosos del sol. Una sinfonía de luz reflejada en tonos azules, verdes, turquesas, y un gradiente de colores salpicados en la superficie de espuma blanca conmueven con su franca y espontánea naturalidad.
No iba preparada para ese encuentro; me cogió por sorpresa, pero la amabilidad sincera de la artista, aquella que buceando en el mar se inspira, me sentí desarmada y me rendí a su arte. Yo creo que ella aprendió el idioma del agua, que fluye ligero por su ser y lo expresa en sus pinturas. Tal vez en mis años dedicados a la biología marina, también buceando, aprendí el lenguaje del mar y, dado que la vida me llevó por otros derroteros, con los años, y sin darme cuenta, lo olvidé.
Ella pinta las emociones del mar, hace emerger energías desde las profundidades y toca las fibras de aquellos que las saben reconocer. «Cada mes, tres o cuatro personas lloran frente a mis pinturas» –me confiesa Carol con total naturalidad, y sus ojos bellos también se iluminan. Nos sacamos una foto juntas, como para dejar testimonio de tan sagrado momento. Yo le estoy agradecida por despertar en mí memorias perdidas. Nos damos la mano, nos miramos, y ella, antes de que salga de su galería, me regala una postal con la foto de una de sus pinturas. Me despido con más lágrimas en los ojos, con mis ojos llenos de mar. ¡Cómo me gustaría llevarme una de sus pinturas! Pero me llevo el placer de haberlas visto, de haberlas sentido, de conocerla a ella.
Se me vienen a la memoria sus palabras. «Me cuesta separarme de mis pinturas, cada una es especial», me dice mirándolas con amor. A mí también me costó irme de allí, dejar de ver ese mar profundo, ese en el que yo antes también me sumergía. Y aunque han pasado varias horas desde ese encuentro, la luz y la fuerza de sus mares sigue vibrando dentro de mí. Esperando el ocaso, mirando las islas y al gigante dormido, doy gracias por las maravillas de la vida.

"Y si sintiéramos más, si nos enamoráramos más de nuestra obra, si estuviéramos más conectados con nuestra creatividad.
Y si así fuera..."
Texto libre Trabalibros

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