Qué corto se me hace el viaje

José Antonio Prades Villanueva
Han pasado casi veinte años y una pluma arrastrada por la brisa se arrebuja en tirabuzón sobre mi historia. He vuelto a verle, esta tarde, sobre las seis y diez, tan guapo, con el cabello largo, a mí me gustaba así, melena al viento, ojos entornados, rostro enardecido y sus labios en susurro para mi pecho. Siete mil días de amor, desde aquel 1º de noviembre del 90, cuando fuimos a ver "Candilejas" al cineclub del colegio. Llena de su aroma estuve, arropada en mis temores por su abrazo, eran butacas rojas, creo, llevé mi mano a su corazón para sentir que ese muchacho de pelo brillante, gafas oscuras y bíceps musculosos se había inmiscuido en mi hueco para ocuparlo hasta la eternidad. Lloré angustiada cuando Calvero se alejaba de Terry y él debió suponer que aquellas lágrimas nacían por el viejo cómico, pero qué equivocado estaba, quizá nunca supo que irradiaba la felicidad por mis ojos al conocer el dulzor de los amores inmortales. Tres días después dibujábamos al son de su piano los acordes de aquella canción, "vértigo, que el mundo pare, qué corto se me hace el viaje".

Esta tarde reponían la película en el salón de actos del mismo colegio, ahora remozado, con nuevas butacas más cómodas, suelo de parqué y paredes forradas en tela burdeos, ahí donde no te he dejado venir conmigo a ningún acto, donde he rememorado cada instante de aquel mes de noviembre, de Todos Santos a San Andrés, desde aquel primero de mes con su guitarra hasta las nueve de la noche del día treinta, cuando a las puertas de "Bugatti", ese pub encantado de la calle María Lostal, rompí con él sin saberle decir por qué, con el alma desgarrada por la arpía de Lola, que me embaucó en la ingenuidad y me marché a Dublín. ¿Recuerdas lo que te conté sobre mi tiempo en Dublín? No fue por aprender inglés, my darling, ni por conocer mundo, escapaba de sus presuntas infidelidades, que no eran verdad, que Lola se las inventó y me las contó para enjugar la envidia por su ruptura con Josep, el catalán tan feo. Y caí como una idiota... la creí y lo abandoné sin siquiera preguntarle. Me río ahora, ¿sabes?, ahora que ya lo tengo conmigo, ahí afuera esperándome, pero cuánto sufrí, cuánto me tergiversé los sentimientos para desviar la amargura por convencerme de que él sería feliz con las otras, no conmigo. Fui tonta. Hoy no.
(sigue con enlace a blog)
Texto libre Trabalibros

PUBLICA Envía tus textos libres aquí
subir