La ranita que no sabía nadar

Magda R. Martín
Pues fijaros, la encontraron en el borde del estanque aquel domingo por la mañana cuando paseaban tomando el sol del invierno que finalizaba. Como todos los días de fiesta, en el Jardín de la Rosaleda, salieron a pasear con sus hijos todos los habitantes del jardín y mientras Triquiñuelas conversaba con el conejo Don Adalberto, el ratón Cuclillas y los que se añadían a la charla mañanera, al rodear el estanque, oyeron el croar de una rana y vieron una preciosa ranita verde en el borde de piedra que rodeaba el estanque, temblando de miedo y con el paraguas abierto. Al verla, el señor Alcalde el gorrión Don Nicanor que era la máxima autoridad, le preguntó muy extrañado:

-¿Qué te pasa ranita. Por qué no te zambulles en el estanque, estás enferma que tienes ese tembleque?

-Nooo… no estoy enferma- dijo balbuceando la ranita- es que me estoy secando y necesito agua para mi piel pero como no sé nadar tengo mucho miedo de zambullirme en el estanque.

Naturalmente, aquellas palabras extrañaron a todos porque nadie conocía una ranita que no supiera nadar, eso era imposible, y después de mirarse unos a otros con cara de asombro, el chihuaua, el Doctor Curateya viendo que aquello era un caso clínico, cogió a la ranita entre sus manos y dijo:

-Este caso hay que estudiarlo a fondo. Te llevaré a la clínica y hablaremos con el psicólogo especialista El Doctor Don Pachónez para que te ponga en observación.

Roció la piel de la ranita con un poco de agua del estanque para que no se deshidratara, cerró el paragüitas y se la llevó a la clínica.

Ni que decir tiene que aquel acontecimiento fue la comidilla del día y el que más y el que menos, sólo quería saber qué le pasaba a aquella ranita perdida que no sabía nadar.

Como quien se enteraba de todos los sucesos del jardín era siempre el saltamontes Triquiñuelas, la ratona Matildita que ya sabemos todos era muy amiga suya, lo invitó a merendar en su casa para que le explicara lo sucedido pero cuando lo supieron los vecinos, Matildita tuvo que invitar también a todos los demás porque como eran unos curiosones –con buena intención, claro, nadie quería criticar sino saber qué le pasaba a aquella ranita rara-, la ratona Matildita, digo, tuvo que añadir sillas hasta de la guardería "Los pequeñajos" y pedir algunas prestadas a la conejita Fuencisla que tenía muebles de sobra, para que todos los asistentes pudieran sentarse.

Cuando ya estaban todos acomodados y comiendo los bollos especiales que horneaba Matildita, el saltamontes Triquiñuelas se levantó, se puso en medio de todos y tomó la palabra, que quiere decir que empezó a hablar.

-¡Amigos míos y habitantes del jardín de la Rosaleda! –(aquí todos aplaudieron, aunque no se sabe muy bien por qué, pero eso es igual)- Todo sabéis que hemos encontrado a una ranita –que por cierto me he enterado que se llama Gertrudis- que nadie sabe de dónde ha venido y que, además, no sabe nadar.

-¡Oooohhhhh!- se oyó murmurar todos a la vez.

-¿Y de dónde viene…?

-¿Y su familia… dónde está?

-¿Cómo ha llegado hasta aquí?

-Calma…calma…- dijo Triquiñuelas, levantando las manos para que todos se callaran- El especialista psicólogo Doctor Pachónez ha dicho, después de tenerla en observación que cree que es un caso de amnesia…

¿Amne…¡quéeee!?- se decían unos a otros porque no conocían esa palabreja.

-Amnesia quiere decir que se le han olvidado todas las cosas y no puede recordar –aclaró el Triquiñuelas- así que todos nosotros debemos ayudar a la ranita Gertrudis para que recuerde su vida porque, de momento, se va a quedar entre nosotros claro. No podemos abandonarla sin saber a dónde puede ir ni qué le puede pasar…

-¡Claroooo, claro…!- se decían unos a otros como si cada uno entendiera de aquel asunto más que nadie. Y después de escuchar al Triquiñuelas, dar cada cual su opinión y zamparse todos los bollos de la ratona Matildita, cada uno volvió a su casa sacando sus conclusiones, que quiere decir que cada uno decía lo que le parecía mejor, incluso alguno no dijo nada porque no sabía qué decir.

Y a partir de aquel día todos los habitantes del jardín de la Rosaleda comenzaron a ayudar a la ranita Gertrudis, para que recordara todo cuanto había olvidado. Y no veáis la que se armó porque aquello era un guirigay. Uno le llevaba un tebeo para que viera dibujos, otro le ponía música para ver si le recordaba algo. Otro perfumes para que oliera y se acordara de alguno que ya hubiera olido… cromos, juguetes y… de todo… tanto que el Dr. Pachónez se enfadó, les prohibió las visitas por pesados y ordenó que la dejaran en paz porque con tanto alboroto la iban a enfermar más de lo que ya estaba. Hasta que, al fin, la dejaron en paz y tranquila.

Un día que estaba jugando con los niños del jardín que habían ido a hacerle una visita, porque el Dr. Pachónez sólo dejaba entrar a los niños para que visitaran a Gertrudis, decidieron jugar al escondite y le tocó parar a la ranita Gertrudis. Después de contar hasta veinte de cara a la pared para no ver donde se escondían sus amiguitos, al comenzar a buscar por los rincones, de pronto pegó un grito..,

-¡Ahhhhh…!

Y se desmayó.

Todos salieron corriendo muy asustados, vinieron las hormigas enfermeras y las avispas con las inyecciones por si hacían falta pero el psicólogo Dr.Pachónez que era un perro pachón muy sabio, dijo:

-¡Todos quietos en su sitio! Esto es muy buena señal.

Y cuando la ranita Gertrudis volvió en sí. Se llevó la mano a los ojos y dijo:

-¡Mamá, mamá…! ¿Dónde estoy…?

En aquel momento, Don Pachónez, la llevó al sofá de su consulta y dejó que hablara y explicara cuánto recordaba. Buenooo…buenoooo… el alboroto que se armó cuando se supo que la ranita Gertrudis había llamado a su mamá y que iba a explicar todo lo que recordaba…La gente llegaba de todas partes apretujándose unos a otros para poder escuchar todo lo que se decía, y para que nadie se hiciera daño, tuvieron que poner unos altavoces y así todo el jardín pudo enterarse de que, un día, cuando la ranita Gertrudis estaba jugando al escondite entre los juncos del río con sus hermanitos, un aguililla la cogió con el pico para zampársela pero ella muy furiosa comenzó a defenderse dándole mordiscos hasta que la dejó caer. Después sólo recordaba que estaba en la piedra del estanque, reseca, y que no se atrevía a meterse en el agua porque no recordaba saber nadar.

Total, que los moscardones policías salieron disparados en sus motos en busca de la familia de la ranita Gertrudis que ya muy contenta porque se acordaba de nadar, de dos saltos y medio se tiró de cabeza al estanque y los dejó a todos patidifusos con sus piruetas y sus buceos.

Todos aplaudieron su exhibición y cuando volvieron los moscardones con los papás rana de la ranita Gertrudis, celebraron una merendola con torrijas, chocolate, churros y ¡cómo no! los bollos de la ratona Matildita que se pasó todo un día completo en la cocina sudando la gota gorda, con tanta masa, tanto fogón y tanto horno. Claro que todo lo pagó el Ayuntamiento, no os vayáis a creer… Pero todos fueron muy felices y la ranita Gertrudis prometió volver al Jardín de la Rosaleda en cuanto llegara el verano como profesora de natación, cosa que puso a todos muy contentos porque quién más y quién menos…no sabía nadar…

Total… que los almacenes, "La Repanocha del Jardín" que eran los más famosos de los alrededores, tuvieron que importar del Caribe, flotadores de colores de todos los tamaños y en un mes, se acabaron las existencias de bañadores y bikinis. Si es que con estos líos, siempre sale ganando alguien…

Y colorín colorado…por esta vez, este cuanto también se ha acabado… y yo me voy corriendo que se hace de noche… y me da un poquito de miedo la oscuridad… pero no se lo digáis a nadie que es un secreto ¡chsss! ¡Adiós amiguitos…. Hasta la próxima!
Texto libre Trabalibros

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