En un café de la esquina

Nazaria Delgado Lucero
Hora de la salida del trabajo, la una de la mañana.
Preferí esperar bajo el alero que sobresale a la entrada de la fábrica.
Esperé a que la lluvia cediera hasta convertirse en una fina pelusa.
Abrí el paraguas que habitualmente llevo conmigo, conociendo el tiempo que imperaba.
Me dirigí al café de la esquina, había una mesa desocupada a la entrada del mismo, ocupe una de las tres sillas que quedaban, pedí un café negro, bien caliente, el calor de la taza confortó mis manos temblorosas por el frío extremoso, como acariciándolas. De pronto apareció frente a mi, una persona, un hombre de edad madura, preguntando si podía sentarse, moví la cabeza en señal de asentimiento.Pidió un café, solamente aquella bebida humeante que agiliza los sentidos y reconforta se podía apetecer.
El cansancio delataba mi cara soñolienta, casi a punto de cerrar los ojos.
Inició una plática superficial, me incorporé para retirarme, "no podía durar despierta un minuto más". Amablemente se ofreció llevarme a mi departamento, situado a unas cuadras de allí.
Pensando en lo encharcada que se encontraba la calle por el previo aguacero, además de no poder dar un paso más, acepté de inmediato.
Mi intuición o tal vez el instinto propio de la mujer, me hicieron decidirme, lo que sentí, fue curiosidad: -¿porque andaba a esas horas de la madrugada?, no tenía facha de ser trabajador de alguna fábrica.
Vestido adecuadamente, portaba un impermeable que lo hacía interesante sin contar además sus sienes perladas de canas.
Comentó que acababa de salir de su negocio en donde estuvo haciendo inventario. Llegamos frente al edificio, despidiéndonos y yo agradeciendo su atención.
La casa estaba helada como era de suponer, carente del calor humano, helada por permanecer todo el día cerrada. Tomé un baño con agua fría que logró despertarme y comenzaron a surgir-me pensamientos que como intrusos, lograron quitarme el sueño totalmente.
La presencia de aquel hombre, hizo que vinieran a mi, imágenes olvidadas o quizá borradas que a manera de protección utiliza la mente en forma inconsciente, evitando sufrir.
Vi la figura de alguien semejante al hombre que se atravesó en mi camino, parecería que se trataba de un espectro salido de la obscuridad de la noche, que volvió a inquietarme, -¿no fue bastante lo que viví?
Me remonté a una etapa de mi juventud, a los veinticinco años de edad, plena de salud, ilusiones y proyectos.
Después de terminar la Licenciatura en Administración de empresas, me sentí lista para solicitar un trabajo que requiriera de mis servicios.Fue en la oficina del Gobierno Estatal,en la cual fui comisionada para organizar juntas, viajes, reuniones de trabajo de los altos ejecutivos de la esfera política.
El transitar por un pasillo que conducía de la oficina al fotocopiado, se me hizo costumbre, así como cargar el altero de copias y repartirlas en cada oficina.
Sorpresivamente un hombre de edad entre cuarenta y cuarenta y cinco años, emparejó su marcha con la mía, e inició una plática comentando cosas triviales y por supuesto preguntándome mi nombre.
Ese rutinario ir y venir fue el inicio de sucesivos encuentros que hacían suponer que en una forma consciente los provocaba. Esa persona se percató de mi estado de ánimo, por el que estaba pasando, usando un lenguaje apropiado como una arma poderosa de persuasión, ganándose mi confianza poco a poco.
Mi estado de ánimo fue cambiando, transformándose en un desasosiego cuando él estaba ausente.
La relación se dio, vivimos momentos, de tranquilidad. Después de cierto tiempo comenzó a manifestar conductas que no había tenido antes, los celos y las frustraciones surgieron o quizá resurgieron, conductas que se fueron acentuando que requirió la intervención de un especialista indicándole tratamiento, el cual no siguió. Lo último que llegué a solicitar una restricción para evitar el acercamiento a mi.
Opté por alejarme de aquel lugar y vivir sin miedos, sin zozobras.
Texto libre Trabalibros

PUBLICA Envía tus textos libres aquí
subir