Trabalibros entrevista a J.R. Barat, autor de "Jaque al Emperador"

martes, 27 de abril de 2021
"El saguntino José Romeu fue la pieza maestra en la partida de ajedrez contra Napoleón, el que estuvo más cerca de dar el jaque mate".
El escritor valenciano J.R. Barat ha cultivado diversos géneros literarios, dirigidos a todo tipo de público. Entre sus obras se encuentran las novelas "Infierno de neón" (Premio Internacional Ciudad de Salamanca), "Deja en paz a los muertos" (Premio Hache), "La sepultura 142", "Llueve sobre mi lápida", "La noche de las gárgolas", "Clara en la oscuridad" y "1707". Como poeta ha publicado, entre otros libros, "Como todos ustedes" (Premio Internacional Ciudad de Torrevieja), "Breve discurso sobre la infelicidad" (Premio Internacional Leonor de Soria), "Piedra Primaria" (Premio Internacional Ateneo Jovellanos de Gijón), "Malas compañías" (Premio Nacional Blas de Otero) o "Poesía para gorriones." Entre sus obras dramáticas destacan "Anfitrión y el otro", "El reino de los mil pájaros" o "Una de indios" (Premio Nacional Ciudad de Lorca).

Bruno Montano
ha tenido la ocasión de entrevistarle acerca de su última obra, la novela histórica "Jaque al Emperador" (editorial Algaida), ambientada en la primavera del año 1808, momento en el que las tropas de Napoleón invaden España y los españoles se ven obligados a poner en práctica la guerra de guerrillas, de modo que en poco tiempo el país entero se convierte en un inmenso campo de batalla. Uno de los soldados más destacados de la contienda es José Romeu, un hombre íntegro, valiente e inteligente que, al mando de una partida de combatientes, logra poner en jaque a todo el ejército napoleónico.

Jaque al Emperador (J.R. Barat)-Trabalibros- Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): Juan Ramón, parece que te estás especializando en héroes valencianos. En “1707: el sueño perdido” cuentas la historia de Juan Bautista Basset, un humilde hijo de Alboraya que llega a general en la Guerra de Sucesión española y en “Jaque al Emperador” nos descubres a José Romeu, un saguntino que acabará siendo la principal pesadilla de Napoleón durante la Guerra de Independencia española contra el francés. ¿Te interesan las guerras como contextos inmejorables para mostrar la excelencia humana?

- J.R. Barat (J.R.B.): : Así es. En las guerras, los seres humanos sacan a relucir lo mejor y lo peor de sí mismos. La parte negativa del hombre suele aflorar casi siempre (violaciones, saqueos, crueldades, expolios, genocidios…), pero no olvidemos que en los momentos más trágicos de la existencia, al borde del abismo, el hombre es capaz de las más grandes heroicidades, incluso de entregar su vida por los otros. La parte positiva la forman la solidaridad, la compasión, el amor, el altruismo…, y afortunadamente estos valores surgen cuando todo parece perdido, quizás para contrarrestar lo malo. Me gusta examinar el alma humana, analizar los comportamientos de las personas que han vivido experiencias al límite como puede ser, por ejemplo, una guerra. Los protagonistas de mis novelas suelen ser personajes que el tiempo convirtió en símbolos, en ejemplos para los demás, por su abnegación, su lealtad, su nobleza o su sentido de la justicia y el deber. Alrededor de hombres como Basset o como Romeu siempre pulula un enjambre humano donde se apiñan amigos fieles, traidores, conspiradores, gente leal… Eso es lo que le da sabor a la novela histórica.

- B.M.: La resistencia española durante la invasión francesa de 1808, sobre todo en las zonas montañosas, fue un perfecto ejemplo de lo que se conoce como “guerra de guerrillas”, seguramente la única forma de combatir una máquina de guerra tan potente como el ejército regular napoleónico, la “Grande Armée”.

- J.R.B.: En efecto. El ejército napoleónico cuadruplicaba las fuerzas militares españolas. Y no solo hay que constatar esta realidad numérica. También hay que hablar de la calidad de las armas, de la formación de los soldados, de la estructura del propio ejército, de la logística… En resumen, plantar cara a Napoleón en campo abierto era sencillamente imposible. Las tropas imperiales avanzaban por suelo español como una apisonadora, destruyéndolo todo. Así las cosas, los españoles tuvieron que idear otras fórmulas de combate. Había que aprovechar la orografía y los recursos naturales. España es un país mucho más montañoso que Francia, con barrancos, vaguadas, desfiladeros, montañas, sierras, bosques, escarpaduras… Por otro lado, la contienda pronto degeneró en una cuestión de honor popular. Todo el mundo se remangó para plantar cara a los invasores. No solo el ejército regular debía luchar. También lo hicieron mujeres, niños, frailes, estudiantes, pastores, campesinos, mercaderes… Como en Fuenteovejuna: todo el pueblo, a una. Romeu, como otros muchos españoles, derivó su estrategia y su táctica hacia la llamada guerra de guerrillas, que consistía básicamente en formar partidas o grupos de hombres, bastante heterogéneos, y aprovechar el conocimiento de la geografía y el apoyo de las capas populares de la población. Todo servía. Es algo parecido a lo que hemos visto en Vietnam, Irak o Afganistán contra los estadounidenses. Como decíamos, en España hubo muchos combatientes que pusieron en práctica este sistema combativo: el cura Jerónimo Merino, el Empecinado, el Charro, el Marquesito, el Pastor, Espoz y Mina, el Médico, Chaleco, el Barbudo... José Romeu fue el más destacado en el Levante español.

 - B.M.: Tengo entendido que la Junta Central Suprema publicó en 1808 un “Reglamento de cuadrillas y partidas” con la intención de organizar a todos los grupos guerrilleros que operaban en España, a los cuales incluso concedieron “patente de corso terrestre”.

- J.R.B.: Fueron los propios franceses los que inventaron el término petit guerre para referirse a las refriegas y trifulcas de los españoles. La expresión fue traducida como “guerra de guerrillas” y se generalizó. Parece ser que forma parte de nuestra idiosincrasia. Ya los romanos hablaban de los celtíberos que poblaban la península en términos parecidos. Los hombres de Viriato en el siglo II antes de Cristo ponían también en práctica la estrategia de Romeu, una táctica que consistía básicamente en desgastar al enemigo con emboscadas, ataques por sorpresa, escaramuzas… En el siglo VIII de nuestra era, cuando los árabes habían conseguido dominar casi toda la península, los hombres de don Pelayo hicieron otro tanto: hostigar sin misericordia ni descanso a los invasores, ocultándose en las montañas del norte… En todos los casos es común el modus operandi. En sus Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós explica muy bien en qué consiste este quehacer guerrillero. El 28 de diciembre de 1808 se publicó un Reglamento de Partidas y Cuadrillas en el que se reconocía a estos grupos y se dictaban normas para coordinar sus acciones. Lo que estaba haciendo el gobierno era aprovechar la utilidad de la fórmula guerrillera para combatir y expulsar a los invasores franceses.

Trabalibros Entrevista a J.R. Barat
- B.M.: José Romeu, el protagonista principal de tu novela, no solo fue un cabecilla militar como lo fueron también Vicente Bonmatí, Juan Cortés o Isidro Garcerá, sino que fue, como tú dices bien, “la pieza maestra de la resistencia en el sureste español”.

- J.R.B.: Sí. Como decíamos antes, hubo muchos, muchísimos, que se lanzaron a la lucha, casi a pecho descubierto (valga la metáfora) para combatir. José Romeu lo proclamó muchas veces: “Vencer o morir”. Ese era el espíritu ante los desmanes de las tropas napoleónicas. Luchar hasta la muerte. Dar hasta la última gota de sangre por España, por el Rey y por nuestro honor. El Levante español estuvo plagado de grandes hombres que entregaron su vida por la causa. Has citado algunos, como Bonmatí, Cortés, Garcerá, pero podríamos citar muchos más, como Asensio Nebot “el Fraile”, un tipo de Nules que también aparece en nuestra novela. Entre todos ellos, José Romeu fue, quizás, el más notable, el que mayor repercusión nacional alcanzó. El saguntino encarna como ningún otro los valores más nobles del ser humano. De ahí que resulte un personaje absolutamente cautivador. Tal vez sea “la pieza maestra” en la partida de ajedrez contra Napoleón, el que estuvo más cerca de dar el jaque mate.

- B.M.: “Un alemán, un francés, cuatro españoles, luchando en el mismo bando. ¡Qué cosas más raras ocurren!”, afirma en un momento dado Lino. Parece ser que era algo común en la guerra de la que hablas que soldados del ejército imperial desertaran y se pasaran a las filas españolas.

- J.R.B.: : Así es. En todas las guerras hay mercenarios, desertores, soldados que se cambian de bando por mil razones, intereses contrapuestos, amores y desamores… Los napoleónicos combatían en toda Europa y en todas partes hacían prisioneros. Resultaba más útil emplear a los presos como soldados que matarlos. De ese modo, a las órdenes de los mariscales franceses había rusos, alemanes, austriacos, prusianos, holandeses… Muchos de ellos no dudaban en abandonar las tropas imperiales cuando la ocasión se ponía a tiro. Y solía ocurrir con cierta frecuencia. Es el caso del Tudesco, un alemán que fue apresado en Austerlitz. O también es el caso de François Pignol, un estudiante de Medicina, que huyó de sus compatriotas, espantado de las aberraciones que cometían. No extrañe a nadie cuando se cuenta que entre los hombres de Romeu los hay de diversas clases sociales, de ambos sexos, de distintas nacionalidades… Lo que los unía era el sentimiento de estar de parte de la razón.

- B.M.: Otra cosa común en este conflicto fue la presencia en todas las ciudades y pueblos de colaboracionistas, españoles “afrancesados” que rindieron pleitesía a Napoleón. Valencia no fue una excepción. “Valencia estaba llena de caínes y de judas que se vendían a los franceses por un plato de lentejas”, afirma el narrador en un momento dado.

- J.R.B. : Sí. En todas las guerras abundan las personas que juegan a dos barajas, que nadan y guardan la ropa, que se mueven entre dos aguas… Citaré dos ejemplos claros. Durante la segunda guerra mundial, Franco se mantuvo expectante, en un discreto segundo plano, como mero observador de la contienda, sin acabar de decantarse por Hitler o por los aliados… La cuestión estaba en ponerse de parte del ganador… Algo parecido ocurrió en la Francia de Vichy, durante la ocupación nazi. Había colaboracionistas con los alemanes y había otros que se pasaron a la resistencia. En nuestra novela aparecen personajes que están con los franceses, siendo españoles, por muchas razones, pero sobre todo por cuestiones económicas y de prestigio social. No eran pocos los que veían con temor lo que ocurría en Europa. Napoleón arrasaba allá donde ponía los pies. Solo era cuestión de tiempo que los franceses se hicieran con el poder aquí en España y para cuando eso llegase había que haber demostrado estar de su parte. Uno de los personajes de mi novela que mejor encarna este sentimiento afrancesado es Porfirio Lesmes, aunque no es el único.

- B.M.: La sublevación popular contra los franceses y a favor de Fernando VII podía esconder de fondo también “reivindicaciones populares de los campesinos, mercaderes y artesanos, que deseaban el fin de las injusticias sociales, de los contratos de arrendamiento de tierra abusivos por parte de los señores y la Iglesia y el fin de impuestos, cargas y tributos”. ¿Esta intención oculta tras la revuelta contra Napoleón es lo que de verdad atemorizó a la nobleza y aristocracia levantina?

- J.R.B. : Por descontado. Algo parecido ocurrió en mi novela anterior, 1707, en la que recordábamos la división entre maulets y botiflers. Todo al socaire de las revueltas conocidas como Germanías. Los humildes y desfavorecidos (campesinos, comerciantes, menestrales de todo signo…) querían aprovechar la guerra para llevar a cabo su revolución particular. En la guerra del francés ocurre algo similar. Hemos de entender que estamos todavía en una época conocida como absolutismo. El siglo XVIII había sido el siglo del Despotismo Ilustrado, de las Monarquías Absolutas… Todo para el pueblo pero sin el pueblo… Los de arriba jamás iban a consentir que la historia permitiera dar la vuelta a la tortilla. Después de lo ocurrido en Francia a María Antonieta y Luis XVI, las masas populares quisieron ver una oportunidad de poner fin a los abusos de los poderosos. A río revuelto, ganancia de pescadores… La historia se escribe con sangre y aquí en España más que en ningún otro sitio. La nobleza estaba espantada ante el cariz que tomaba la insurrección popular. Lo ocurrido en la Bastilla estaba muy reciente y se temía que otro tanto ocurriera en nuestro país. Aquí en Valencia se vio claramente. La novela también recoge este sentimiento.

- B.M.: La resistencia española, más enconada de lo que supuso Napoleón, hizo que este tuviera que venir personalmente a la península y desviar recursos militares franceses de otros frentes europeos (austríaco, ruso) hacia el frente español, al que Bonaparte llamó “la úlcera española”. ¿Realmente España puso en jaque al Emperador?

- J.R.B. : Así es. La guerra en España empezó, como todo el mundo sabe, a principios de mayo de 1808. Recordemos los famosos fusilamientos de Goya. Pero las tropas francesas llevaban más de un mes entrando en nuestra península, como un goteo interminable, con la excusa de invadir Portugal… Cuando quisimos darnos cuenta, un ejército de 300.000 hombres nos tenía prácticamente encerrados en nuestra propia casa. Comenzaron las hostilidades y hubo batallas importantes como la de Bailén en julio. Transcurrieron la primavera y el verano, combate tras combate… A todo esto, Napoleón estaba fuera de España y las hostilidades aquí las llevaban a cabo sus mariscales y generales. Fue el propio emperador el que decidió poner el punto final y arrasar personalmente España en octubre de 1808. Entró por Burgos y Somosierra y se plantó ante Madrid con un ejército demoledor que acabó devastando la capital.

- B.M.: Además, España tuvo que hacer esta guerra sola, ya que contó con muy poca ayuda inglesa. A Wellington le interesaba una larga guerra de desgaste entre Francia y España que debilitara a los franceses que, mientras se desangraban en la Península Ibérica, no atacaban las islas británicas.

- J.R.B. : Es cierto. Inglaterra siempre ha sabido aprovecharse de las desgracias ajenas. Se alía o enemista con la misma facilidad con que alguien se cambia de camisa. Los británicos veían en los españoles y los franceses a sus principales rivales para hacerse con el poder en Europa, en América y en el mar. Convendría reflexionar sobre lo que dicen historiadores como el sevillano Manuel Moreno Alonso sobre la contienda que los ingleses llamaron “guerra peninsular”. Los ingleses no vinieron a España a ayudar a los españoles y a luchar codo con codo en la expulsión de los franceses de nuestro país. Los británicos, con Wellington al frente, lucharon contra Napoleón por sus propios intereses, no por el de los españoles. Jamás lo hicieron. Se trataba de destruir el peligro que suponía Napoleón, que estaba apoderándose de Europa. Los ingleses, en realidad, despreciaban a los españoles. Nos consideraban un pueblo bárbaro y atrasado, y cometieron tantas atrocidades como los propios franceses. Wellington nunca fue el héroe que han querido ensalzar las crónicas británicas. Ha sido mitificado y aureolado hasta límites absurdos, como si hubiera sido el salvador de Europa. En el fondo, digámoslo de manera resumida, los ingleses defendían sus intereses lejos de su territorio. Mientras la contienda tenía lugar en España, con episodios de destrucción, terror y crueldad sin límites, las fronteras inglesas estaban salvaguardadas.  La guerra entre franceses y españoles en suelo ibérico les venía de perillas. Debían de pensar: “que se destrocen entre sí y luego nosotros recogeremos los despojos”. 

- B.M.: El astuto mariscal Suchet, jefe del ejército invasor en la zona de Aragón y que tras tomar Valencia fue nombrado Duque de la Albufera sabía, como enseña la historia, que incluso los héroes populares como Romeu, por quienes el pueblo daría la vida, acaban teniendo también enemigos dispuestos a traicionarlos y este puede ser uno de sus puntos débiles.

- J.R.B. : Sí. La única forma de acabar con Romeu era poniendo precio a su cabeza, a la de su mujer y a la de sus hijos. Encontrar un traidor que delatara al héroe por un puñado de monedas. Vuelvo a recordar a Viriato, a quien le ocurrió algo similar. Apresar a Romeu parecía misión imposible, porque el saguntino siempre iba por delante de los franceses. Precisamente la guerra de guerrillas contemplaba que cualquier persona humilde (un pastor, una niña, un mozuelo, un fraile…) actuara de espía, de mensajero, de portador de noticias… Romeu conseguía enterarse de todos los movimientos de los invasores sin que ellos pudieran impedirlo… Como decíamos, la única forma de acabar con un hombre así era sobornando a los españoles… El dinero todo lo puede, suele decirse. Desgraciadamente, este caso no fue una excepción.
 
Desde Trabalibros agradecemos a Juan Ramón Barat el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial Algaida el haber hecho posible este encuentro.
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