Pisando los talones (Henning Mankell)-Trabalibros
Pisando los talones
Ficha técnica:
Autor: Henning Mankell
Editorial: Tusquets
ISBN: 978-84-8310-267-1
Número de páginas: 568
Género: Novela policíaca
Valoración:
Una vez más, había vuelto a suceder. Para finales de los 90, la novela negra volvía a estar de moda. La senda que ya habían iniciado a principios de siglo Agatha Christie y Patricia Highsmith parecía no vislumbrar nunca un final concreto. Tampoco era de extrañar. Hacía ya años que se había descubierto que el género policial era un auténtico filón del que manaba oro líquido sin cesar y muchos autores se peleaban por un hueco en el mercado. Muchos, pero no todos. Con los pies encima del escritorio y media sonrisa de suficiencia, Henning Mankell se apoltronaba en el sillón de su improvisado despacho, con la vista clavada en el abultado legajo de folios que tenía delante. Aquella era su séptima novela. Siete, ni más ni menos. Y las que aún estaban por venir.

Efectivamente, "Pisando los talones" es la séptima entrega de la saga que protagoniza el inspector Kurt Wallander. En esta ocasión, deberá lidiar con diversos sucesos que se arremolinan simultáneamente: la muerte de su colega Svedberg, la desaparición de tres jóvenes y la constante presión del fiscal, que desconfía profundamente del criterio de la Policía.

Quizá lo que más destaque del libro sea el peso que tiene la inacción sobre la acción. Es decir, las escenas de máxima tensión están presentes en la novela, pero el verdadero punto fuerte de esta reside en el avance de la investigación: los interrogantes que plantea, las dudas que suscita, las recapitulaciones de los hechos a los que los personajes se ven obligados a acudir para evitar dar un paso en falso… El autor logra ganarse la atención del lector situándole prácticamente a los mandos de la cabeza de Wallander, haciendo que piense por él.

Y es a través de estas cavilaciones donde se atisba el verdadero propósito de la obra: el inspector de policía está lejos de ser un héroe. Atrás quedan los agentes con una clarividencia extraordinaria, un físico envidiable y unos reflejos felinos. Custodiar la ley dista mucho de una imagen como esa. Al contrario, significa estrés crónico, más tazas de café de las que nadie pueda nunca contar, sacrificios personales y horas de sueño que jamás se recuperarán. Por su parte, las investigaciones son siempre confusas y la mayoría de veces conducen a callejones sin salida. Lo que en un principio parecía ser una prueba incriminatoria, se convierte un minuto después en una pista falsa que destruye las esperanzas de todo un equipo, obligado a empezar de cero. Y, por si no fuera suficiente, uno de los trabajos más peligrosos del mundo es, a la vez, uno de los más desagradecidos. La placa de identificación no brillará más por haber detenido a un asesino. No, no lo hará. Lucirá como todos los días. Un inspector es un héroe, sí. Pero, ¿a qué precio?

Junto al mensaje pesimista del empleo, también se desprende entre líneas una oscura visión de la sociedad sueca del momento. Mankell pinta sobre un lienzo en el que la violencia se ha adueñado de la civilización nórdica. Las armas van y vienen libremente y el pueblo pasa a tomarse la justicia por su mano. ¿Qué sentido tiene una comisaría en una situación así? ¿Quién recurre a la policía cuando puede convertirse él mismo en un agente de la ley? Es en circunstancias límites como esta cuando de verdad se empieza a comprender a los asesinos. Cuando se empieza a ver más claro que nunca que ser un maníaco está justificado y estar loco constituye una solución razonable.

Pisando los talones es un libro atestado de hipótesis y enigmas que tendrán al lector en vilo hasta que conozca el desenlace. A través de una narración sencilla, pero con extrema dureza, Henning Mankell nos relata con precisión el día a día de las fuerzas del orden y nos enseña la otra cara de la moneda: la más ajustada a la realidad. La que dicta que las monedas nunca permanecen de canto. Como todos nosotros, siempre acaban venciendo hacia un lado. No obstante, aún existe un consuelo. Cuando nos toque el turno de caer de bruces, cuando no nos quede más remedio que besar el asfalto, debe ser uno solo el pensamiento que retumbe en nuestras cabezas: “A pesar de todo, he hecho bien mi trabajo”.
Enviado por: Antonio Otero
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