Si, tal como afirman algunos científicos, existe una consciencia global que nos conecta a todos, una “psicoesfera” en la que habitamos de manera inconsciente, entonces ¿puede ser esta manipulada? Y, si así fuera, ¿con qué intenciones se realizaría dicha manipulación? Un universo habitando en nuestros subconscientes… ¿Qué clase de naturaleza podría albergar ese plano alternativo de la existencia por el cual fluirían nuestros pensamientos sin ni siquiera darnos cuenta?
Estas cuestiones llevaron a los ilicitanos Carlos López Moreno (ingeniero informático) y Adrián E. Belmonte (documentalista, archivero y bibliotecario) a escribir su primera novela: "Las crónicas del Otro Mundo". Esta obra, de ciencia ficción con fantasía, ha alcanzado tal notoriedad que en breve verá la luz una segunda edición.
La primera parte nos sitúa en los años de la Guerra Fría. Los gobiernos de las grandes superpotencias realizan experimentos secretos en el ámbito de la parapsicología. Uno de esos experimentos se lleva a cabo en una base militar, con un grupo de niños capaces de transitar en diferentes ámbitos de la realidad. A pesar de que se les trata como simples sujetos de estudios, la naturaleza humana se abre paso en ellos, traducida en sentimientos como el odio, la envidia, los celos, los complejos, la amistad y el amor.
La segunda parte cambia de tercio y nos adentra en una sociedad distópica en la que diferentes razas conviven en el Otro Mundo. Los protagonistas forman parte de una antigua sección del ejército; es por esto que las técnicas militares tienen un gran peso en sus vidas y también en la narración. Los personajes se van introduciendo con detalle; cada uno tiene una historia pasada, un presente y un… ¿futuro? El futuro se vuelve más incierto a medida que avanza la trama.
A lo largo de la tercera y la cuarta parte, todos los personajes y subtramas van coincidiendo, de manera más o menos —o nada— previsible. El final, en el que impera la fantasía, es apoteósico: una sucesión de escenas intensas y definidas que mantienen la incertidumbre y la tensión hasta el último momento.
El epílogo coloca en su lugar la pieza que faltaba y pone el punto final a esta historia autoconclusiva.
Es una lectura larga, por la propia extensión de la novela, y profunda. Más allá de la trama —cabe decir que muy original—, hay un gran trabajo descriptivo. Las escenas resultan muy visuales; muchas están narradas desde diferentes puntos de vista, lo que les da un aire cinematográfico.
Llama la atención que aparecen muchos personajes, y sobre todo los principales están muy detallados. En sus personalidades se integran diferentes características, innatas y fruto de sus vivencias, que les dotan de un fuerte bagaje emocional. Sus actos no están tan motivados por la razón como por las emociones; la visceralidad es omnipresente.
Hay un sentimiento que destaca por encima de todos los demás, y es, sin ningún género de duda, el amor. En todas sus variables, está presente en cada capítulo y en cada personaje; es causa, consecuencia, víctima y verdugo.
Además de contar una historia singular y entretenida, esta novela da pie a reflexionar. Termino con una de esas reflexiones que me ha surgido durante la lectura: si tenemos en cuenta esta definición de humano: «Ser animado racional, de sexo masculino o femenino», ¿se podría decir que cualquier criatura que cumpla esa descripción, por mucho que su aspecto físico difiera de nuestro concepto de hombre o mujer, es humana?