La carretera (Cormac McCarthy)-Trabalibros
La carretera
Ficha técnica:
Editorial: Debolsillo
ISBN: 9788483468685
Número de páginas: 216
Género: Novela fantástica - ciencia ficción
Valoración:
Érase una vez una carretera; érase un hombre; érase un hijo. Érase una vasta desolación de polvo y ceniza, un paisaje de un frío cortante donde los días son grises y la noche negra como la muerte. Un viaje hacia el sur más allá de toda esperanza, el mar como única meta —tan simbólica como inútil—, la vida reducida a la mínima expresión: buscar refugio, encontrar comida, sobrevivir un día más.

Sobre tan afilados cimientos levanta Cormac McCarthy una novela absolutamente inabarcable en su aparente sencillez, con tantos niveles de lectura y tan potentes catalizadores de nuestros resortes más internos que su lectura podrá despertar cualquier sentimiento excepto la indiferencia: aterradora, poética, tierna, apocalíptica, hermética, insana, profunda. Todos los adjetivos que el autor nos ahorra con su estilo árido se pueden aplicar para tratar de describir lo indescriptible, una odisea posmoderna e iniciática. 

La historia carece de comienzo y todos creemos conocer su final. Padre e hijo se pasean por un mundo inhóspito y devastado, una Norteamérica donde la vida ha sido prácticamente exterminada. Nadie sabe a ciencia cierta lo ocurrido. Tampoco importa. Nada importa ya más que la pura y dura supervivencia. O tal vez no, tal vez exista aún algo que conservar por encima de la propia vida. 

Y es en este punto donde “La carretera” difiere de los consabidos planteamientos distópicos para entrometerse por caminos mucho menos transitados. Los dos protagonistas se las ingenian para buscar alimento y protegerse del frío, esquivan a las hordas de caníbales que conforman el último reducto de la civilización, e intentan mantener la cordura en un universo de depravación que parece no conocer límites. Pero todo ello es un simple decorado, una cortina de humo tras la que se nos van dosificando las entradas a esos pasadizos del entendimiento cuya salida deberemos encontrar por nosotros mismos. Si es que existe tal salida.

No se trata de la eterna lucha del bien y del mal con la que el padre trata de simplificar las crecientes dudas morales del hijo. Hay algo más. Cierto misticismo que se encarna en la figura de ese niño cuya edad desconocemos pero que representa una especie de eslabón invertido entre la humanidad perdida y el futuro incierto. Él que ha nacido después del final es quizás el único inicio posible, la inocencia y la bondad inmaculada en un mundo dominado por la corrupción, la única fuente de ternura y amor que mantiene al padre aferrado a una vida en la que hace mucho que ha dejado de creer: «en no pocas noches envidio a los muertos». 

La historia mantiene en todo momento el tono neutro, con una marcada ausencia de narrador que permite a cada cual sacar sus propias conclusiones, rellenar con su imaginación los abundantes espacios oscuros que se plantean. Cualquier dato sobre el pasado se administra en raciones escasas y exquisitas, a modo de fogonazos, recuerdos y sueños: un fulgor en la noche; una onda expansiva en la distancia y el final en un solo segundo; sin luz; sin agua; sólo fuego y ceniza.

Este dominio de la elipsis se extiende también a los diálogos entre el padre y el hijo: frases cortas que se intercalan en la narración sin guiones ni signos de puntación. Son dos personas que constituyen un mundo propio y que se comunican sin apenas palabras, pero el autor es capaz de mostrarnos toda la ternura, amor e instinto de protección que se esconden tras ellas. Cada diálogo es una brecha que se abre en el hermetismo de la supervivencia, una tensión de sentimientos contenidos, una lucha entre la sinrazón de la existencia y la humanidad más instintiva, un enfrentamiento entre la esperanza y la desesperación. 

No menos interesante resulta la sutil evolución de los personajes a lo largo de la historia. La dualidad padre-hijo que aparece tan marcada en las primeras páginas, con el niño indefenso y el padre tratando de garantizar la supervivencia de su vástago, se transforma con el devenir de los hechos en una relación distinta. El niño va asumiendo poco a poco la realidad que le rodea, abandonando parte de su inocencia sin por ello renunciar a una innata condición moral que le lleva en ocasiones a cuestionar los métodos expeditivos de su progenitor. Llega un momento en que el hombre le dice al niño «Tú no eres el que ha de preocuparse por todo» y éste le responde «Sí que lo soy». Por su parte, el padre ya no es capaz de ocultar a su hijo la enfermedad que poco a poco le consume y cada vez le asaltan más dudas sobre el final que siempre ha considerado inevitable: el destino de esa última bala que aguarda en su revolver.

No es una lectura cómoda, McCarthy construye una fábula moral sin concesiones que adquiere tintes de pesadilla, pero al final del túnel nos ofrece una vía de escape que conduce a la esperanza. Por encima del horror y de la muerte, de la desesperación, lo que sobrevive es un poso de ternura indeleble que la convierte en una historia de amor y devoción, quizás una de las más bellas que se hayan escrito en mucho tiempo. Porque el padre, en el fondo de su mente, desea creer lo que el corazón le dicta: 

«Quiero estar contigo. 
No puede ser. 
Por favor. 
No, tienes que llevar el fuego.
No sé cómo hacerlo.
Sí que lo sabes.
¿Es de verdad? ¿El fuego?
Sí.
¿Dónde está? Yo no sé dónde está el fuego.
Sí que lo sabes. Está en tu interior. Siempre ha estado ahí.  Yo lo veo.»
Enviado por: Iván Pedrosa
Curiosidades:
- Una de nuestras tertulias literarias radiofónicas estuvo dedicada a Cormac McCarty, en concreto a "Meridiano de sangre" (desde aquí se accede al audio).
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