Cata de libros

Los mejores momentos de la lectura de un libro suceden con el hallazgo de fragmentos especialmente hermosos, lúcidos y vibrantes. En Trabalibros nos gusta capturarlos subrayándolos para poder volver a ellos fácilmente con tan solo explorar entre sus páginas.

Esto nos permite además ofrecerte una pequeña selección de los tesoros que ocultan algunos de nuestros libros preferidos, con la esperanza de que sirva para estimular su lectura. Esperamos que disfrutes de nuestra "Cata de libros".

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"Madame Bovary", Gustave Flaubert
"En cuanto a Emma, no se analizaba en modo alguno para saber si estaba enamorada de él. El amor, creía, tenía que llegar de súbito, con grandes estallidos y relampagueos, huracán del cielo que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como hojas y arrastra hacia el abismo el alma entera. Ignoraba que, en los terrados de las casas, la lluvia acaba por formar lagos si los desagües están obstruidos, y, en consecuencia, hubiera permanecido en aquella su seguridad, de no haber descubierto súbitamente una grieta en el muro".
"Terraza en Roma", Pascal Quignard
"El amor consiste en imágenes que acosan el espíritu. A estas visiones irresistibles se suma una conversación inagotable que se dirige a un solo ser, al que dedicamos todo cuanto vivimos. Este ser puede estar vivo o muerto. Su filiación se halla en los sueños, pues en ellos no cuentan ni la voluntad ni el interés. Ahora bien, los sueños son imágenes. Incluso, para ser más exacto, los sueños son a la vez los padres y los amos de las imágenes. Soy un hombre al que las imágenes atacan. Hago imágenes que surgen de la noche".
"Abril, historia de un amor", Joseph Roth
"En la esquina más cercana, Käthe abría su ventana y contemplaba la ciudad. Yo la saludaba siempre. Jamás había hablado nunca con ella, ni tenía tampoco nada de qué hablar, pero igual la saludaba, porque ella miraba por la ventana y porque a la mañana temprano el mundo no parecía ser el de siempre sino uno mucho más primordial, como el de los primeros días, quizás un par de años después de la Creación, cuando todos los hombres eran como veinteañeros que se amaban y eran por ende buenos unos con otros. Ya entrado el mediodía, en cambio, cuando volvía a casa, el mundo ya era como mil años más viejo y yo no saludaba más a Käthe, pues no estaba bien en un mundo tan avanzado saludar a una muchacha con la que ni se había hablado antes".
"Días y noches de amor y de guerra", de Eduardo Galeano
"Pensé que conocía unas cuantas historias buenas para contar a los demás, y descubrí, o confirmé, que escribir era lo mío. Muchas veces había llegado a convencerme de que ese oficio solitario no valía la pena si uno lo comparaba, pongamos por caso, con la militancia o la aventura. Había escrito y publicado mucho, pero me habían faltado huevos para llegar al fondo de mí y abrirme del todo y darme. Escribir era peligroso, como hacer el amor cuando se lo hace como debe ser. Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había nacido. Ésa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido".
"Habla, memoria", Vladimir Nabokov
"La cuna se balancea sobre un abismo, y el sentido común nos dice que nuestra existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas. Aunque ambas son gemelas idénticas, el hombre, por lo general, contempla el abismo prenatal con más calma que aquel otro hacia el que se dirige (a unas cuatro mil quinientas pulsaciones por hora)".
"El guardián entre el centeno", J.D. Salinger
"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada".
"Los peces no cierran los ojos", Erri De Luca
"Yo había llegado a los diez años, una maraña de infancia enmudecida. Diez años era una meta solemne, por primera vez se escribía la edad con doble cifra. La infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crío atascado de los demás veranos, revuelto por dentro e inmóvil por fuera. Tenía diez años. Para decir la edad, el verbo tener es el más preciso. Estaba en un cuerpo encapullado y sólo la cabeza intentaba forzarlo".
"La invención de la soledad", Paul Auster
"Durante las últimas dos semanas, unas palabras de Maurice Blanchot me rondan por la cabeza: «Debo dejar algo claro: no he dicho nada extraordinario ni tampoco sorprendente. Lo extraordinario comienza en el instante en que yo dejo de escribir. Pero entonces ya no soy capaz de hablar con ello.» Comenzar con la muerte, desandar el camino hasta la vida y luego, por fin, regresar a la muerte. En otras palabras: la vanidad de intentar decir algo sobre alguien".
"El lobo estepario", Herman Hesse
"Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida".
"Muerte en la tarde", Ernest Hemingway
"Hay ciertas cosas que no se pueden aprender rápidamente, y para aprenderlas tenemos que pagarlas muy caras con nuestro tiempo, que es todo lo que poseemos. Éstas son las cosas más sencillas, y como hace falta toda una vida para conocerlas, el pequeño conocimiento nuevo que cada hombre extrae de su vida le resulta muy costoso, y es la única herencia que puede dejar".
"Yo no soy yo", poema de Juan Ramón Jiménez
Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera…
"La sombra del ciprés es alargada", Miguel Delibes
"La felicidad o la desdicha era una simple cuestión de elasticidad de nuestra facultad de desasimiento. La vida transcurría en un equilibrio constante entre el toma y el deja. Y lo difícil no era tomar, sino dejar, desasirnos de las cosas que merecen nuestro aprecio. Aquí estribaban las posibilidades de felicidad de cada humano: en que su facultad de desasimiento fuese más o menos elástica, en que el hombre estuviese más o menos aferrado a las cosas materiales. Por ello tal vez el secreto básico estuviese contenido en el hecho de no tomar nunca para no tener que dejar nada. Era un remedio negativo, de renunciación, pero, con certeza, el adecuado a mi calidad humana, desprovista de reservas y de capacidad de sacrificio. Lo cuestionable consistía en saber si el hombre tiene alguna probabilidad de subsistir sin aprehender nada, desasido de todo, desconectado de los seres y las cosas que le rodean [...]"
"El Horla", Guy de Maupassant
"Me despierto pleno de gozo, con ganas de cantar en la garganta. -¿Por qué?-. Bajo hasta la orilla del río; y de pronto, tras un corto paseo, regreso desolado, como si alguna desgracia me esperase en casa.-¿Por qué?-.¿Es un escalofrío, rozándome la piel, ha roto mis nervios y ensombrecido el alma? ¿Es la forma de las nubes, o el color del día, el color de las cosas, tan variable, que, al pasar por mis ojos, ha perturbado mis pensamientos? ¡Quién sabe! Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos sin mirarlo, todo lo que rozamos sin conocerlo, todo lo que tocamos sin palparlo, todo lo que encontramos sin distinguirlo, ¿tendrá sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, a través de ellos, sobre nuestras ideas, sobre nuestro propio corazón, efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables?"
"Entre visillos", Carmen Martín Gaite
—Oye, dice ese chico que por qué no termino el bachillerato —dijo ella de pronto, mirándole en el espejo. —¿Qué chico? —Ese profesor. —¿Y a él qué le importa? —No, hombre, yo digo también lo mismo. Es una pena, total un curso que me falta. Estoy a tiempo de matricularme todavía Habían echado a andar otra vez. Ángel se puso serio. – Mira, Gertru, eso ya lo hemos discutido muchas veces. No tenemos que volverlo a discutir. – No sé por qué. – Pues porque no. Está dicho. Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; con que sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra. Además, nos vamos a casar enseguida. Anduvieron un poco en silencio. – Cuántas veces tenemos que volver a lo mismo. Ya estabas convencida tú también. – Convencida no estaba -dijo Gertru con los ojos hacia el suelo. – Bueno, pues lo mismo da. Te he dicho que lo que más me molesta de una mujer es que sea testaruda, te lo he dicho. No lo resisto.
"El llano en llamas", Juan Rulfo
"Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza. Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca".
"La ofensa", Ricardo Menéndez Salmón
"Una de las ventajas -acaso la única- de no existir para el mundo, es que un hombre puede reinventarse. A menudo, de niño, cada vez que escuchaba a los adultos hablar de cataclismos en que miles de personas desaparecían o cuando leía en los libros de alguna biblioteca de Bielefeld el relato de pasadas catástrofes, Kurt pensaba en hombres agobiados por las deudas, en mujeres hartas de sus maridos o en adolescentes en guerra permanente con sus padres. Las tragedias desmesuradas, donde todo nombre se borra, permiten siempre empezar de cero [...] Porque, al fin y al cabo, aunque parezca poca cosa, un nombre es lo que somos".
"El laberinto de las aceitunas", Eduardo Mendoza
"Aproveché, como tenía por costumbre hacer en los últimos tiempos, el trayecto del ascensor, para rumiar cuán poderosa palanca es el dinero y cuántas puertas no puede abrir, cuántas cadenas romper, cuántas percepciones nublar y cuánta malquerencia trocar en carantoñas. La verdad es que nunca, en todos los años que llevo zascandileando por este árido valle, me he visto en posesión del vil metal, como los que no lo quieren bien lo llaman, y no estoy, por lo tanto, autorizado para pontificar sobre los efectos deletéreos que quienes lo conocen lo atribuyen. De la ambición y la avaricia puedo hablar, porque las he visto de cerca. Del dinero, no. Precisamente, como sé por experiencia, sirve para evitar a los que lo tienen el pringoso contacto con quienes no lo tenemos".
"Los hermosos años del castigo", Fleur Jaeggy
"Sucedió un día durante la comida. Estábamos todas sentadas. Llegó una muchacha, una nueva. Tenía quince años, los cabellos rígidos como cuchillas, brillantes, los ojos graves y fijos, sombreados. La nariz aguileña, los dientes, cuando reía, y reía poco, eran puntiagudos. Una hermosa frente alta donde podían tocarse los pensamientos, donde generaciones pasadas le habían transmitido talento, inteligencia, fascinación. No hablaba con nadie. La apariencia era la de un ídolo, despreciativa. Tal vez por eso deseé conquistarla. No tenía humildad. También parecía disgustada. Lo primero que pensé: Ha llegado más lejos que yo."
"Museo de la Novela de la Eterna", Macedonio Fernández
"Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo".
"El ojo castaño de nuestro amor", Mircea Cărtărescu
"Fea, provinciana, con las lejanísimas chimeneas grises de la central térmica, la ciudad "real" me humillaba, me escupía a la cara una flema cenicienta. Ceniciento, ceniciento sería mi destino literario, pues a unos se les había concedido Viena y a mí este hastío sin límites. Ese era el motivo por el que no me salía a mí la novela-soneto pues, ¿dónde se escondía la monstruosa belleza? ¿En aquellos bloques como cajas de cerillas? ¿En las casas de los ricachones? ¿En el parque Herăstrău? Oligofrénicos, "inquilinos", "ciudadanos" con los que no había nada que hacer sustituían aquí a los locos de Canetti, a la Empusa de Mandiargues, a la sonámbula Nadia".
"Hígado de ganso", Antonio Sarabia
"Mi amigo vive, a su pesar, entre ellos. Y a su pesar compra a menudo en ese expendio de la esquina, donde nadie aprecia su presencia. Ahí gasta casi todo su salario porque a Salim le encanta cocinar, tiene dotes para ello, y no es de los que titubean en hacerlo para sí mismos cuando se encuentran a solas. Le ayuda a matar el tiempo, me dice, a distraerse [...] Se le hace agua la boca en cuanto entra. Tienen, me dice arrobado, los mejores espárragos que ha comido en su vida. Pero al acercarse a pagar se enfrenta a un oscuro sentimiento de rechazo. Como si su dinero tuviera menos valor que el de otros clientes. Cada vez que se detiene ante la caja le asalta la oscura impresión de que la dueña le va a requerir su habitual bolsa de mano para revisar el contenido. Esos pensamientos negativos, que de algún modo se traslucen en su rostro, deben de haber contribuido al vergonzoso incidente que me he propuesto relatarles".
"Noches blancas", Fiódor Dostoyevski
"¿Qué hiciste en tus años? ¿Dónde enterraste tu tiempo? ¿Es que siquiera viviste? ¿O no?". "Mira, se dice uno a sí mismo; mira qué frío hace en el mundo. Pasarán aún algunos años, y entonces vendrá la espantosa soledad, vendrá con sus muletas la vejez temblona, trayendo consigo la tristeza y el dolor. Perderá sus colores tu fantástico mundo, se mustiarán y morirán tus sueños, y cual la amarilla hoja del árbol, asimismo se desprenderán de ti..."
"Crimen y castigo", Fiódor Dostoyevski
"Querían hablar, pero no pudieron pronunciar una sola palabra. Las lágrimas brillaban en sus ojos. Los dos estaban delgados y pálidos, pero en aquellos rostros ajados brillaba el alba de una nueva vida, la aurora de una resurrección. El amor los resucitaba. El corazón de cada uno de ellos era un manantial de vida inagotable para el otro. Decidieron esperar con paciencia. Tenían que pasar siete años en Siberia. ¡Qué crueles sufrimientos, y también qué profunda felicidad, llenaría aquellos siete años! Raskolnikov estaba regenerado. Lo sabía, lo sentía en todo su ser. En cuanto a Sonia, sólo vivía para él".
"El horror de Dunwich", H.P. Lovecraft
"Sin aviso, llegaron aquellos sonidos vocales profundos, cascados, roncos, que nunca podría olvidar ninguno de los integrantes del estremecido grupo. No nacía de garganta humana alguna, ya que los órganos humanos no pueden aullar tales perversiones acústicas. Mejor sería decir que provenían del abismo mismo, de no proceder, inconfundiblemente, del altar de piedra de la cima. Era casi un error llamarlos sonidos, ya que mucho de su timbre espantoso e infrasónico hablaba a difusos estados de conciencia y terror más que al mismo oído, aunque también podría hacerse, ya que su forma era indiscutible, aunque vagamente, la de palabras".
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